Ser una Iglesia Bíblica, Pentecostal y que viva los principios del Reino así como Jesús, para cumplir con la Gran Comisión.
Ganar, consolidar y discipular al mundo por medio de la predicación y la enseñanza del evangelio de Jesucristo, bajo el poder del Espíritu Santo.
PRINCIPIOS DOCTRINALES
UNICIDAD DIVINA
Hay un solo Dios.
Creemos que hay un solo Dios único e indivisible en su
esencia y se ha manifestado al mundo en distintas formas a
través de las edades y que especialmente se ha revelado como
Padre en la creación del universo, como Hijo en la redención
de la humanidad y como Espíritu Santo derramándose en
los corazones de los creyentes (Génesis 1:1, Juan 1:1-3,14, 2
Corintios 3:17).
Este Dios es el creador de todo lo que existe, sea visible o
invisible. Es eterno, infinito en poder, Santo en su naturaleza,
atributos y propósitos y poseyendo una Divinidad absoluta
e indivisible; es infinito en su inmensidad, inconcebible en
su modo de ser e indescriptible en su esencia; conocido
completamente sólo por sí mismo, porque una mente infinita
sólo ella puede comprenderse a sí misma. No tiene cuerpo ni
partes y por lo tanto está libre de todas las limitaciones.
“El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el
Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Deuteronomio 6:4;
Isaías 43:11; Isaías 44:6; Marcos 12:29). “Para nosotros, sin
embargo, sólo hay un Dios...” (1 Corintios 8:5, 6).
Jesucristo.
Creemos que Jesucristo fue engendrado milagrosamente en el vientre de la virgen María, por obra del
Espíritu Santo, y que al mismo tiempo es el único y verdadero
Dios (Romanos 9:5; 1 Juan 5:20). El mismo Dios del Antiguo
Testamento tomó forma humana (Isaías 60:1-3).
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros...” (Juan 1:14). “Y sin contradicción, grande es el
misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne, ha
sido justificado en el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha
sido predicado a los gentiles; ha sido creído en el mundo; ha
sido recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).
Creemos que en Jesucristo se unieron en una forma
perfecta e incomprensible los atributos divinos y la naturaleza
humana, por lo tanto, se manifestaron en él la voluntad
humana y divina. (Lucas 22:42; Juan 6:38; Filipenses 2:8).
Por parte de María, en cuyo vientre tomó forma de hombre,
era humano; por parte del Espíritu Santo, que fue el que lo
engendró en María, era divino (Lucas 1:35); por eso se le
llama Hijo de Dios e Hijo de hombre.
Por lo tanto, creemos que Jesucristo es Dios “y que en
él habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente”
(Colosenses 2:9), y que la Biblia da a conocer todos los
atributos: es Padre Eterno, a la vez que es un niño que nos
ha nacido (Isaías 9:6). Es creador de todo (Isaías 45:18;
Colosenses 1:16, 17).
Es omnipresente (Deuteronomio 4:39; Juan 3:1, Mateo
18:20, Juan 14:3). Hace maravillas como Dios Todopoderoso
(Salmos 86:10; Lucas 5:24-26). Tiene potestad sobre el mar
(Salmos 107:29, 30; Marcos 4:37-39). Es el mismo siempre
(Salmos 102:27; Hebreos 13:8).
Espíritu Santo.
Creemos que el Espíritu Santo es el mismo Dios del
Antiguo Testamento, encarnado en Jesucristo y derramado
en los corazones de los creyentes después de la glorificación
del Señor Jesucristo, que es quien lo envía (Joel 2:28-29;
Ezequiel 36:26-27; Juan 7:37-39; 14:16-26; Hechos 2:1-4).
Creemos también que el Espíritu Santo produce el
nuevo nacimiento en la vida del creyente, el cual es necesario
para entrar en el reino de Dios (Juan 3:3; 1 Corintios 12:3) y es potencia que permite testificar de Cristo (Hechos 1:8), y así
mismo sirve para la formación de un carácter cristiano más
agradable a Dios (Gálatas 5:22-25).
Creemos en el bautismo en el Espíritu Santo y que la
demostración de que una persona ha sido bautizada en él son
las nuevas lenguas o idiomas en que el creyente puede hablar, y que esta señal es también para nuestro tiempo. (Mateo
3:11; Hechos 2:1-4,39).
El mismo Espíritu da dones a los hombres, que sirven
para la edificación de la Iglesia (Romanos 12:6-8; 1 Corintios
12:1-12; Efesios 4:7-13), pero no aceptamos que haya en
ningún hombre la facultad de impartir a otro algún don, “en
todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo a
cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). “Y
a cada uno fue dada la gracia conforme a la medida del don
de Cristo” (Efesios 4:7).
Todos los miembros de la Iglesia Apostólica de la Fe
en Cristo Jesús, deben buscar el bautismo en el Espíritu
Santo y tratar de vivir constantemente en el Espíritu, como lo
recomienda la Palabra de Dios (Romanos 8:5-16; Efesios 5:18;
Colosenses 3:5).
Resurrección de Jesucristo.
Creemos en la resurrección literal de nuestro Señor
Jesucristo que se efectuó al tercer día de su muerte, como
lo relatan los evangelios (Mateo 28:1-10; Marcos 16:1-20;
Lucas 24:1-12, 36-44; Juan 20:1-18) y el resto del Nuevo
Testamento (1 Corintios 15:3-8). Esta resurrección había
sido anunciada por los profetas (Isaías 53:10-12) y es
necesaria para nuestra esperanza, justificación, santificación
y glorificación final. (Romanos 4:25; 1 Corintios 15:20).
Creemos además que la resurrección de Jesucristo es la
demostración de su divinidad absoluta, señorío y soberanía
en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra. (Juan 10:17,18;
Mateo 28:18; Filipenses 2:10,11; Apocalipsis 1:17,18).
La Biblia, la Santa Palabra de Dios.
Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, es fuente
de vida eterna y poder (Génesis 1:1, Hebreos 4:12, Juan 1:1,
Juan 6:63), porque es inspirada por Dios y “útil para enseñar,
para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16 y 17). Es decir, toda la
Escritura antes de ser pronunciada por los profetas y autores,
fue enviada por la inspiración Divina. “porque nunca la profecía
fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres
de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2
Pedro 1:21).
Por tal motivo creemos que toda nuestra regla de fe,
valores, conducta, disciplina y esperanza de vida eterna
deben estar basados en la Palabra de Dios: “Sécase la hierba,
marchítase la flor; más la palabra del Dios nuestro permanece
para siempre.” (Isaías 40:8) “Le respondió Simón Pedro:
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”
(Juan 6:68).
Doctrina de la Salvación.
Creemos que la salvación es por gracia de Dios y se
alcanza por medio de la fe; no depende de las obras, sino
que es un don de Dios (Isaías 49:6; Efesios 2:8-10; Romanos
1:16-17; Hebreos 2:10-18), el amor de Dios se manifestó para
salvación en el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz
del Calvario (Juan 3:16), la fe, el arrepentimiento y el bautismo son necesarios para llegar a la salvación (Hechos 3:19; Mateo
3:2; Romanos 3:21-31).
Creemos que el hombre es justificado por la fe en
Jesucristo, a través de quien somos hechos partícipes de
la naturaleza divina y experimentamos una vida nueva
(Romanos 5:1-2). Por este nuevo nacimiento, el creyente
se reconcilia con Dios y está capacitado para servirle con la
voluntad y los dones del Espíritu (2a Corintios 5:18-19). Todo
creyente arrepentido debe ser bautizado en el nombre de
Jesucristo como pacto con Dios (Marcos 16:16; Hechos 2:38;
10:48, 19:5).
Creemos que la santificación es obra de la gracia de Dios
que nos lleva en el proceso de perfeccionamiento mediante
la fe (2a Tesalonicenses 2:13), por el oír la Palabra (Romanos
10:17) y por la manifestación del Espíritu Santo (Romanos 8:5-
9). Los que han nacido de nuevo son limpiados del pecado en
sus pensamientos, palabras y actos, y están capacitados para
vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y seguir la santidad
sin la cual nadie verá al Señor. (Hebreos 2:10-15).
Creemos en la glorificación como promesa de Dios,
donde todo aquel ser humano que se ha arrepentido, puesto
su fe en Cristo y ha sido bautizado en el nombre de Jesucristo,
debe vivir alejado del pecado y perseverar hasta el fin para ser
salvo. (Hebreos 10:26-31; Marcos 13:13; Hebreos 12:1-17).
Creemos que, aunque hemos experimentado la
regeneración, es posible apartarse del camino de Dios y caer
en el pecado; dejando de alcanzar la gracia (Hebreos 12:15-
17).
Doctrina de la Gracia.
La Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús creemos
que la Gracia de Dios es una doctrina bíblica de salvación
que denota el favor inmerecido dado por Dios al hombre, y
que esta gracia se manifiesta a todos los hombres sin hacer
acepción de personas pero que no es incondicional, sino por
medio de la fe en Cristo Jesús, y que es por medio del Espíritu
Santo. Esta gracia puede ser resistida o rechazada por el
hombre que no se arrepiente ni cree en Jesucristo, siendo
éste uno de los mayores pecados, a pesar de todo lo que el
hombre es: indigno, pecador, depravado, desobediente e hijo
de ira. No obstante, Dios que es rico en misericordia, provee
aún a los pecadores, de bendiciones.
Gracia es una palabra que viene del hebreo: “hen” y del
griego “charis” que significa “favor o bondad”. Gracia es la
forma en que la Biblia describe como Dios escoge bendecirnos
en vez de maldecirnos a causa de nuestros pecados, mediante
la Fe en el sacrificio de Cristo en la Cruz. Esta palabra se usa en
la Biblia para indicar el favor inmerecido de Dios para con el
hombre (Romanos 3:24-26; Efesios 2: 8-9) De esta manera el
creyente experimenta la Gracia de Dios en gran variedad de
circunstancias, como la salvación (Efesios 2:8,9), santificación
(Efesios 6:14,19,22), servicio (2 Corintios 2:9); e incluso en
nuestra debilidad (2 Corintios 12:9).
El verdadero concepto de la Gracia es para que el pecado
ya no se enseñoree de nosotros, porque no estamos bajo la
ley, sino bajo la Gracia que nos capacita para todo (Romanos
6: 14,15), y la Gracia no es una licencia para cometer pecado
pues ella nos enseña a que renunciemos al pecado y vivamos
piadosamente (Tito 2:11,12), nuestro fruto es ahora la
santificación (Hebreos 12:14).
Doctrina de la Fe.
Creemos que la Justificación del pecador es una de las
doctrinas más importantes expresadas en la Biblia (Habacuc
2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38). La
Justificación es un acto de la libre gracia de Dios (Romanos
3:24), quien, por medio de la fe en Jesucristo, son perdonados
todos nuestros pecados y nos acepta como justos delante de
Él; esto es posible solamente en virtud de la justicia de Cristo
(Romanos 5:1; Hechos 13:31) la cual nos es imputada, y
recibimos únicamente por la Fe en Jesucristo (Gálatas 2:16).
La evidencia de la fe consiste en confiar plenamente en
la Palabra de Dios y vivir conforme a ella, pues la fe verdadera
demanda un modo de vivir con base en las obras que
evidencian la realidad de la fe (Santiago 2:14-16), pues no
somos salvos por obras, pero sí somos salvos por la gracia de
Dios para buenas obras (Efesios 2:10; 4:12, Hebreos 11:1) es
una definición de lo que es la fe la cual es vinculada con una
determinada manifestación de la vida cristiana al relacionarla
con “las cosas que se esperan”.
La fe, dice el autor de la carta a los Hebreos, es una
realidad que es presentada como “la sustancia de las cosas
que se esperan”. La fe da solidez o firmeza en medio de la
movilidad cambiante de todo lo que rodea a la experiencia
humana. La fe no es en sí misma la esperanza, pero nos vincula
a Cristo que es esperanza plena, ya que todo cuanto ocurra
en el futuro, y las cosas que se produzcan no solo están bajo
su control, sino que se desarrollan bajo su soberanía. La fe es
un principio activo en la vida del creyente y procede de Cristo
mismo como regalo de la gracia. “Sin fe es imposible agradar
a Dios” (Hebreos 11:6). El ejemplo máximo y supremo de fe
es Jesucristo mismo, en quien debe fijarse la mirada del que
corre la carrera de la fe (Hebreos 12:1-3).
DE LA INSTITUCIÓN
La Iglesia.
Creemos que la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo es
una, universal e indivisible, formada por todos los hombres,
sin distinción de nacionalidad, idioma y cultura, que hayan
aceptado a nuestro Señor Jesucristo como Salvador y hayan
sido bautizados en agua por inmersión Invocando el nombre
de Jesucristo (Mateo 16:18; Efesios 2:20, Mateo 28:19;
Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:5; Romanos 6:1-4; Colosenses
2:12), crean en el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 1:5;
2:1-4), vivan separados de la práctica del pecado, y perseveren
sirviendo al Señor (Mateo 24:13; Romanos 2:7; 6:11-13;
Efesios 4:22-32; 5:1-11). Los vínculos que unen a los miembros
de la Iglesia son el amor de Dios y la fe cristocéntrica comunes,
y su estandarte o bandera es el nombre de Jesucristo, ante
cuyo emblema marcha gallardamente la Iglesia imponente
como ejércitos en orden (Cantares 6:10).
La Iglesia y el Estado.
Creemos en la separación del Estado y la Iglesia y que
ninguno debe intervenir en los asuntos internos del otro, pues
aquí se cumple el precepto bíblico de dar lo que es de César a
César y lo que es de Dios a Dios (Marcos 12:17). Los miembros
de la Iglesia deben tomar participación en actividades cívicas
de acuerdo con su capacidad e inclinaciones políticas, pero
siempre reflejando sus ideas personales y no las de la Iglesia,
que siempre es neutral y tiene cabida para los hombres
de todos los credos políticos. Al mismo tiempo, todos los
miembros de la Iglesia deben obedecer las autoridades civiles
y todas las leyes y disposiciones que de ellas emanen, siempre
que no contradiga sus principios religiosos o los obliguen a hacer cosas en contra de su conciencia (Romanos 13:1-7;
Tito 3:1; 1 Pedro 2:13).
Por tanto, la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús
busca, en todos los países donde tiene presencia, formalizar su
personería jurídica para establecer legalmente sus relaciones
con el Estado. Exhorta además a sus miembros que afirmen
lealtad a su patria mostrando respeto a los símbolos que la
representan, y a responder voluntariamente al llamado de
su gobierno, en tiempo de paz o de guerra, y prestar servicio,
de ser posible, en todas las capacidades no combatientes.
La palabra de Dios enseña que se ore porque tengamos
gobernantes y autoridades que al ejercer su función nos
permitan desarrollar con libertad nuestra fe, guardarnos
fuera de la guerra, vivir con honor y en paz continuamente (1
Timoteo 2:1-3).
Sistema Económico de la Iglesia.
Creemos que el sistema que la Biblia enseña para la
obtención de fondos necesarios para el cumplimiento de la
misión de la Iglesia es el de diezmos y ofrendas, y que debe ser
practicado por ministros y laicos igualmente (Génesis 28:22;
Malaquías 3:10; Mateo 23:23; Lucas 6:38; Hechos 11:27-30;
1 Corintios 9:3-15; 16:1, 2; 2 Corintios 8:1-16; 9:6-12; 11:7-9;
Gálatas 6:6-10; Filipenses 4:10-12; 15-19; 1 Timoteo 5:17, 18;
Hebreos 13:16).
Sabiendo que la obra de Dios no tan sólo tiene el
aspecto espiritual, sino también el material, creemos que
es necesario reglamentar la manera en que se adquieran y distribuyan los fondos necesarios para responder a las
necesidades materiales de la obra.
El Cuerpo Ministerial.
Creemos que para el desempeño del ministerio oficial
de la Iglesia, Dios llama a cada persona, y que el Espíritu
Santo confiere a cada ministro la facultad de servir a la
Iglesia en distintas capacidades y con distintos dones, cuyas
manifestaciones son todas para edificación del cuerpo de
Cristo (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:5-11; Efesios 4:11,
12).
Creemos también, que aunque el llamamiento al
ministerio es de origen divino, la Palabra de Dios contiene
suficientes enseñanzas sobre los requisitos que debe llenar la
persona que vaya a servir en el ministerio, y que corresponde
a los gobiernos eclesiásticos organizados, examinar a los
candidatos al ministerio y determinar cuándo son dignos de
aprobación, y la tarea a que se deban dedicar (Hechos 1:23-
26; 6:1-3; 1 Timoteo 3:1-10; 4:14; 5:22; Tito 1:5-9).
Creemos además, que el Espíritu Santo usa al ministro
en distintas formas, según las necesidades de la obra de Dios
y la capacidad y disposición personal del ministro. Nadie puede
ser colocado en una posición más elevada que aquella a que se
haga merecedor (Romanos 12:3; 1 Timoteo 3:13).
La Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús tiene
principalmente un sistema de gobierno teocrático-episcopal,
por lo tanto, creemos que el obispado es el cargo más
elevado en el ministerio, y que a quienes lo ocupan se les
debe dar muestras especiales, consideraciones y respeto,
sin menoscabo de los que ocupan posiciones de menor
responsabilidad.
SACRAMENTOS, PRERROGATIVAS Y REQUERIMIENTOS.
Bautismo.
Creemos en el bautismo en agua, en el nombre de
Jesucristo, el cual debe ser administrado por un ministro
ordenado.
Creemos también que el bautismo en agua es un acto
de fe en la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón
de los pecados e indispensable para la salvación (Marcos
16:16; 1 Pedro 3:21) y debe ser por inmersión, porque
sólo así se representa la muerte del hombre al pecado, que
debe ser semejante a la muerte de Cristo (Romanos 6:1-5);
siendo invocado el nombre de Jesucristo, porque esta es
la forma en que los apóstoles y ministros bautizaron en la
edad primitiva de la Iglesia, según lo prueban las Sagradas
Escrituras (Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:5; 22:16).
Comunión.
Creemos en la práctica literal de la Cena del Señor,
que él mismo instituyó (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25;
Lucas 22:15-20; 1 Corintios 11:22-31).
En esta ordenanza se debe usar pan sin levadura, que
representa el cuerpo sin pecado de nuestro Señor Jesucristo,
y vino sin fermentar, que representa la sangre de Cristo, que
consumó nuestra redención.
El objeto de esta ceremonia es conmemorar la muerte
de nuestro Señor Jesucristo y anunciar que un día regresará al mundo, y al mismo tiempo para dar testimonio de la
comunión que existe entre los creyentes. Ninguna persona
debe participar de este acto si no es miembro fiel de la
Iglesia y está en plena comunión, pues al hacerlo sin cumplir
estas condiciones, no podrá discernir el cuerpo del Señor (1
Corintios 10:15-17; 11:27, 28; 2 Corintios 13:5). El Señor, al
terminar de tomar la cena con sus apóstoles, celebró un acto
que de momento los maravilló, y que fue el lavatorio de pies.
Al terminar este acto, el maestro explicó a sus discípulos el
significado de él, y les recomendó que se lavasen los pies los
unos a los otros. La Iglesia practica este acto en combinación
con la Cena del Señor o indistintamente, como un acto de
humildad y confraternidad cristiana (1 Timoteo 5:10).
Matrimonio.
Creemos que el matrimonio es sagrado, pues fue
establecido desde el principio y es honroso en todos (Génesis
2:21-24; Mateo 19:1-5; Hebreos 13:4).
Los matrimonios deben realizarse de acuerdo con
las leyes vigentes, siempre y cuando no contravengan los
principios morales establecidos en la palabra de Dios. Las
parejas que deseen ser miembros de la Iglesia Apostólica de la
Fe en Cristo Jesús deberán cumplir con este requisito de fe.
Creemos que el matrimonio es la unión de un hombre
y una mujer determinado así por su sexo biológico al
momento de nacer y que debe perdurar mientras vivan
los dos cónyuges. Al morir uno de ellos, el otro está libre para casarse y no peca si lo hace en el Señor (Romanos 7:1-3;
1 Corintios 7:39).
Creemos, además, que los matrimonios deben
verificarse exclusivamente entre los miembros fieles. Ningún
ministro deberá oficiar o casar a un miembro de la iglesia
con una persona inconversa.
Los miembros que estando en plena comunión y se
casaren con persona inconversa, deberán ser disciplinados
por el pastor correspondiente (2 Corintios 6:14-15).
Sanidad Divina.
Creemos que Dios tiene poder para sanar todas las
enfermedades, si así es su voluntad, y que la sanidad divina
es un resultado del sacrificio de Cristo, pues él llevó nuestras
enfermedades y sufrió nuestros dolores (Isaías 53:4).
La sanidad se efectúa por una combinación de la
fe del creyente y el poder del nombre de Jesucristo que
se invoca sobre el enfermo. El Señor Jesucristo prometió
que los que creyeran en su nombre, pondrían las manos
sobre los enfermos y éstos sanarían (Marcos 16:18). Los
enfermos deben ser ungidos con aceite en el nombre de
Jesucristo por ministros ordenados para que el Señor cumpla
sus promesas (Salmos 103:1-4; Lucas 9:1-3; Juan 14:13;
1 Corintios 12:9; Santiago 5:14-16).
Creemos que la sanidad divina se obtiene por la fe, y
que en caso de que algún hermano tenga necesidad de
someterse a los cuidados y ministraciones de la ciencia
médica, los demás no deben criticarlo, sino considerarse a
sí mismos y guardarse de encontrar condenación con lo que
ellos mismos aprueban (Romanos 14:22). Recomendamos que los miembros y ministros se abstengan de lanzar críticas
indebidas a la ciencia médica, cuyos adelantos nadie puede
negar, y que se originan en la habilidad que Dios ha dado a los
hombres para ir descubriendo los secretos del funcionamiento
del organismo humano. Al mismo tiempo, los exhortamos a
que no se opongan a las campañas de higiene, vacunación y
limpieza que sean iniciadas por el gobierno, sino que, por el
contrario, colaboren decididamente en los lugares donde sea
posible.
Santidad.
Creemos que todos los miembros del cuerpo de
Cristo deben ser santos, es decir, apartados del pecado
y consagrados al servicio de Dios. Por esta razón deben
abstenerse de practicar toda clase de conductas y prácticas
pecaminosas (Levítico 19:2; 2 Corintios 7:1; Efesios 5:26,
27; 1 Tesalonicenses 4:3-4; Gálatas 5:16-21, Romanos 1:21-
32; 2 Timoteo 2:21; Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:16).
Sin embargo, en la práctica de la santidad, creemos
que debe evitarse toda clase de extremismos, ascetismos y
privaciones que tienen “...cierta reputación de sabiduría en
culto voluntario, en humildad y en duro trato de la carne;...
la cual es sombra de lo porvenir; mas el cuerpo es de Cristo”
(Colosenses 2:17, 23). En lo que respecta a alimentos,
sabiendo que “todo lo que Dios creó es bueno, y nada hay
que desechar, tomándolo con acción de gracias” (1 Timoteo
4:4).
Pecado de Muerte.
Creemos, a la luz de la Palabra de Dios, que hay pecado de muerte y que si éste es cometido en los términos que expresa la misma Biblia, se pierde el derecho a la salvación (Mateo 12:31, 32; Romanos 6:23; Hebreos 10:26, 27; 1 Juan 5:16, 17). Por tanto, recomendamos que todos los fieles se abstengan de dar oído a doctrinas en que se promete seguridad eterna al cristiano sin importar su conducta, y la idea de que “una vez salvo, siempre salvo”, pues la Biblia enseña que es posible ser reprobado y se necesita ser fiel hasta el fin (Romanos 2:6-10; 1 Corintios 9:26, 27).
ESCATOLOGÍA
Resurrección de Justos e Injustos.
Creemos que habrá una resurrección literal de los
muertos en el Señor, en la cual serán revestidos con un
cuerpo glorificado y espiritual, con el cual vivirán para
siempre en la presencia del Señor (Job 19:25-27; Salmos
17:15; Juan 5:29; Hechos 24:15; 1 Corintios 15:35-54;
1 Tesalonicenses 4:16).
Los cristianos que estén en pie en el momento en que
el Señor recoja a su Iglesia, serán igualmente transformados
y así irán a estar con el Señor por siempre en gloria
(1 Corintios 15:51, 52; 1 Tesalonicenses 4:18).
Creemos también, que habrá resurrección de injustos,
pero éstos despertarán del sueño de la tumba para ser
juzgados y oír la sentencia que los hará herederos del fuego
eterno (Daniel 12:2; Mateo 25:26; Marcos 9:44; Juan 5:29;
Apocalipsis 20:12-15).
Recogimiento de la Iglesia y el Milenio.
Creemos que la Iglesia compuesta de los muertos en
el Señor y los fieles que estén sobre la tierra en el momento
del rapto, será levantada para ir a encontrar a su Señor en los
aires y participar en las bodas del Cordero. Después vendrá
con el Señor a la tierra para hacer el juicio de las naciones y
reinar con Cristo mil años. Este período será precedido por la Gran Tribulación y la batalla del Armagedón, a la cual dará
fin el Señor cuando descienda sobre el monte de los Olivos
con todos sus santos (Isaías 65:17-25; Daniel 7:27; Miqueas
4:1-3; Zacarías 14:1-6; Mateo 5:5; Romanos 11:25-27;
1 Corintios 15:51-54; Filipenses 3:20, 21; 1 Tesalonicenses
4:13-17; Apocalipsis 20:1-5).
Juicio Final.
Creemos que hay un juicio preparado en el cual
participarán todos los hombres que hayan muerto sin Cristo
y los que estén sobre la tierra en el tiempo de su verificación.
EstejuicioseefectuaráalfinaldelMilenioytambiénseconoce
con el nombre de Juicio del Trono Blanco. La Iglesia no será
juzgada en esta ocasión, sino que ella misma intervendrá en
el juicio que se haga a todos los hombres de acuerdo con lo
que está escrito en los libros que Dios tiene preparados. Al
terminarse este juicio, los cielos y la tierra que hoy existen
serán renovados por fuego y los fieles habitarán en la Nueva
Jerusalén. La dispensación cristiana habrá terminado y
entonces Dios volverá a ser todas las cosas en todos (Daniel
7:8-10, 14-18; 1 Corintios 6:2, 3; Romanos 2:16; 14:10;
Apocalipsis 20:11-15; 21:16).
Nuestra Historia
Siglo XX
Orígenes
Es bien sabido que el movimiento pentecostal moderno tuvo como centro principal de diseminación la famosa Misión Apostólica de la calle de Azuza en Los Ángeles, California. Aunque las cuestiones de la unidad de Dios y el bautismo en agua no fueron al principio objeto de controversias teológicas tan serias como lo fueron posteriormente, y que en distintos grados prevalecen hasta ahora, es un hecho que el citado movimiento pentecostal se escindió desde el principio en dos grupos principales: los que se bautizaban en el nombre de Jesucristo y los que bautizaban en el nombre de la Trinidad. También es un hecho que ya para el año de 1909 había en la zona de Los Ángeles, California, grupos que fueron la base del movimiento apostólico actual, principalmente entre los mexicanos y otras personas de habla española que, entre otras cosas, bautizaban como lo hicieron los apóstoles.
Romanita Carbajal de Valenzuela
De una de esas iglesias salió una mujer mexicana llamada Romana Carbajal de Valenzuela, ama de casa sin pretensiones de predicadora, pero llena de fe y perseverancia que, habiendo sido bautizada en el nombre de Jesucristo y habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, quiso que sus familiares en México también recibieran esta bendición. Con permiso de su esposo llegó a su tierra natal, Villa Aldama, Chihuahua, y comenzó a dar testimonio del evangelio a sus familiares. Al principio ella y el mensaje fueron rechazados, pero el rechazo se transformó en fe y sed de Dios, y así fue como el 1 de noviembre de 1914 doce familiares de la citada hermana fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron en lenguas, como Dios les daba que hablasen.
1914
1932
Miguel García
El hermano Rubén Ortega sólo estuvo un poco tiempo al frente de la congregación en Villa Aldama y ésta prácticamente no creció, quizá porque Dios tenía otros planes. Del grupo original de los doce surgió un ministro llamado Miguel García, quien se trasladó a la región llamada La Laguna y formó las primeras iglesias apostólicas en Gómez Palacio, Durango, y Torreón, Coahuila. Fueron tiempos de muchas pobrezas, dificultades y persecución. Simultáneamente se comenzaban a formar iglesias apostólicas en Baja California, Sinaloa, y otros lugares. La obra de La Laguna sufrió divisiones, pero los creyentes originales de toda la región de La Laguna, con excepción de algunos pocos, siguieron bajo el liderato del Obispo Felipe Rivas Hernández, y posteriormente las iglesias que estaban establecidas en otras partes del país, y que reconocían la autoridad del Obispo Antonio Nava Castañeda en los Estados Unidos, quedaron bajo la dirección del Obispo Rivas y el resto de la primera Mesa Directiva, que se organizó en 1932, y que incluía a los reverendos José Ortega Aguilar, como Secretario General, y Manuel Tapia, como Tesorero General.
Hasta el día de hoy
Es a partir de 1932 que la IAFCJ empieza a recibir el impulso que hasta ahora la distingue y que le permite colocarse en la posición en que todavía está, la cual ha sido de constante superación. Gradualmente la iglesia se va extendiendo por todo el país, y actualmente cuenta con iglesias en toda la República Mexicana. En 1949, bajo el impulso de Maclovio Gaxiola López, la iglesia admite que el mandato de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura también es para ella, y así se constituye en una de las pocas iglesias evangélicas mexicanas que tienen un programa misionero en el extranjero. Comenzó entonces a enviar misioneros que han establecido iglesias pujantes en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Recientemente se estableció obra también en Canadá, Estados Unidos, Belice, Colombia, Sudamérica y España. La iglesia hermana en Estados Unidos, también acudió al auxilio de sus semejantes de habla castellana, y así se logró que en todo Centro América, en Argentina, Uruguay, Chile, España, Italia y Paquistán se cuente con iglesias como las nuestras.
Todo lo demás es historia llena de hechos concretos que dan a la IAFCJ un lugar muy especial en el mundo evangélico. Esta prosperidad se origina, indudablemente, en la bondad de Dios, en el poder del Espíritu Santo, en las promesas de la Biblia, pero también parte del esfuerzo, la lealtad a la Biblia, el deseo de progresar y la devoción al orden y la disciplina que son parte de la herencia apostólica.
2022
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Nuestro Logo
Nace de la petición de dos ponentes de que
se vea la posibilidad de la elaboración de un
logotipo definitivo que identifique a nuestra
Iglesia, dentro del marco de los asuntos tratados en la Convención del año 1988.
La resolución presentada cita lo siguiente:
"Que la Mesa Directiva nombre una comisión
que convoque y coordine la celebración de
un concurso nacional de diseño del logotipo
oficial permanente de la Iglesia, y en Convención General próxima se seleccione el mejor"
(Informe OP, 1988).
► Convocatoria para el concurso nacional para el diseño del logotipo
oficial permanente de la Iglesia.
Algunos de los participantes fueron: Joaquín Mendoza, Julián García G., Juan De Dios Pérez Barraza,
Daniel León Galván, Jesús Antonio Picos González, José Lira Rivera,
y cuyo ganador del concurso fue Adoniram Ibarra.
Significado.
La Corona
Simboliza la Unicidad y el reino magnífico de Dios. Además patentiza nuestra creencia en el Reino de Dios como máximo anhelo del cristiano que vive ya en él y que todavía espera su consumación.
Las Llamas
Las llamas representan el Espíritu Santo, que señalan nuestro ser carismático-pentecostal.
Fondo Blanco
El fondo blanco significa la eternidad, la trascendencia y santidad de Dios quien está sobre todas las cosas y no hay nada que escape a su conocimiento.
La Cruz
La cruz da a conocer el acto redentor, la muerte de Jesús, el derramamiento de su sangre en el Calvario, hecho que hace posible el nuevo pacto entre Dios y su pueblo (la Iglesia).
El Mapa del Mundo
El mapa del mundo marca el lugar donde cumplimos nuestra misión, y aunque actualmente como denominación todavía no penetramos en toda la tierra, como parte de la iglesia universal e indivisible, nuestra proyección es a nivel mundial.
La Mano Izquierda
Las manos indican los medios para cumplir la misión de la Iglesia. La mano del lado izquierdo muestra la proclamación del evangelio en el acto de esparcir la semilla.
La Mano Derecha
La mano del lado derecho muestra el servicio en el acto de la construcción de una vida más digna en una sociedad mejor
La Biblia Abierta
La Biblia abierta es la revelación escrita de la voluntad divina, en la cual encontramos las bases de nuestras enseñanzas, doctrinas y principios de nuestro quehacer como iglesia.